martes, 17 de diciembre de 2019

Brújula (Salida #1)

En la tarde, a eso como de las 05:40 pm, el sol se pone en uno de sus mejores ángulos. No te pega en la cara, no te calienta con intensidad y se vuelve melancólico, que curioso, a lo mejor el sol sabe que sus colores, provoca en nuestras mentes ese sentimiento, en compañía de la temperatura y otros elementos que no es necesario mencionar.

¿Por qué siempre me muevo a un recuerdo viejo? Ahora, me gustaría empezar a enfocarme en un mejor ambiente, hacer algo más bonito, algo más natural, donde pueda ver amplios paisajes, muchos árboles, y eso es lo que voy hacer.

Hace poco logré contactarme con una tía que trabaja como representante legal de una compañía guatemalteca, lo que hacen es trabajar con empresas de telecomunicaciones y hacer muestras de suelos en lugares que seleccionan con anticipación. Me ofrecieron ir a sacar una muestra de suelo hasta Rosita, el triángulo minero, accedí.

Camioneta roja, camino largo, once horas de viaje, vaya. De todos los viajes que he tenido, ese fue uno de los más largos y cansados que he logrado hasta ahora, recuerdo la carretera, y el amplio paisaje a los lados del camino, esa alegría rara de ir viajando y ver por la ventana como la tierra parece mecerse en los ojos con bastante velocidad. Recuerdo ese rigio constante por tomar las riendas del vehículo, esas ganas necias de tomar el volante y correr por las carreteras inconstantes. Primera hora, Managua caliente, calles planas y saturadas, y que curioso que, en sus límites, el paisaje sea más grato, ¿será porque no hay gente? Tercera hora, bien cerca de Boaco, colindando con Matagalpa, y que sorpresa más guapa ver como de lo plano uno pasa a la montaña, por ende, la vegetación y el clima te avisan de que has avanzado y como recompensa de ello, te ofrecen una vista magnifica y de las mejores que puedo apreciar. No recuerdo las otras horas, pero ya cerca de Waslala, la carretera iba tomando un rumbo más plano, y como era de noche, me limité a buscar solo el camino y llegar hasta el destino previsto.

No recuerdo con precisión si me hospedé en Siuna o Rosita, pero lo que sí recuerdo es un bus volcado a eso de las 12 am, con mucha gente envuelta en cobijas, suéteres y demás; verlos fue más como un recuerdo de que las cagadas siempre están presentes, y que, siempre es bueno estar al tanto de eso, vos sabés, siempre es bueno prever dentro de lo posible. Mujeres, niños, destinados a un viaje de más de 12 horas, partiendo de sus casas hacía la capital, y lo seguro es que, probablemente iban a buscar dinero, muchos de ellos en el negocio de la minería, de la agricultura quizá. Llegué a un hotel bastante grande, lujoso si lo comparo con la localidad, conste, no es mi intención llegar a sonar despectivo, pero así eran las cosas. En el segundo piso estaba mi cuarto, había un balcón que daba vista a una gasolinera, había muchos camiones, muchos furgones y un camino lodoso, un bar a la izquierda, alejado del panorama de mi vista y unas cuantas personas a eso de la 1 am, escuchando música, tomando alcohol, supongo, es lo más probable a mi parecer.

Luego de haber dormido, tomamos el rumbo a Rosita, y ahora que lo digo, recuerdo que el hotel estaba en Siuna, había gente a eso de las 9 am, en unos tumultos de tierra, con un montón de coladores grandes procesándola, y ese fue el primer vistazo que tuve de personas trabajando en la minería, quizá para ellos no era la gran cosa, sin embargo, a mí me llamó demasiado la atención. Recuerdo haber llegado a Rosita, mi compañero y yo buscábamos al hombre dueño de las tierras donde se iba a sacar la muestra de suelo. Rosita, tal como lo recuerdo, era un pueblo grande, activo, multicultural también, había palafitos inclusive, y eso que estaban a más de 150 kilómetros de la costa caribe. Lo primero que se me vino a la mente fue el hecho de suponer que, quizá alguna vez el agua del mar habría llegado hasta Rosita, el solo hecho de haber visto esas casas comunes en la costa, en un lugar alejado del agua, no pude evitar pensar en lo abominable que puede llegar a ser el océano.

Me tomé una cerveza y pues estaba sabrosa, recogimos al señor y nos fuimos a sus tierras, en un camino de 25 kilómetros, demoramos dos horas, entonces anduvimos por la trocha todo ese tiempo, y a la vez, el señor nos explicaba más o menos, de modo general como funciona el negocio de la minería, llegando a su finca, nos ofreció comida, en específico era arroz y frijoles, queso y tortilla; la materia prima de sus alimentos, fue cultivado, procesado, cosechado en su finca. Nos contaba que todos los días mantienen una rutina específica, a las 4:30 am despiertan, se bañan y comen, todo esto en 15 minutos para la 5 am, ahora se imaginaran a qué hora se despiertan las mujeres de esa finca, si son ellas las encargadas de los alimentos; luego de lo explicado, se van a los maizales, a las tierras de cultivos, y ahí, recogen la cosecha, claro, cuando la hay, sino, supongo que hacen otras tareas; mencionó también que ordeñan vacas y posterior a ello, procesan la leche, y ya se imaginarán el resto; dividían el consumo de la finca y lo separaban de la venta, y pues, lo irónico a mi parecer, era que, a pesar de vivir en lugar donde su fuerte es la minería, el señor y su familia, no tenían ningún negocio relacionado a ello.

Conviví con niños, y me senté a verlos jugar, me fijé bastante en sus interacciones y logré compararlo con los juegos de mis primos en Managua, el solo hecho de ver a esos niños sin celulares y cosas tecnológicas, me dejó una perspectiva sencilla; jugar siendo niños es igual de serio que tener experiencia laboral cuando sos un adulto que trabaja y necesita dinero, de modo que, en lo personal, asocié que, la tecnología quizá ha limitado las experiencias de los niños en Managua, que, a diferencia de los niños de la finca, ellos estaban llenándose de una forma que mis primos y demás niños de Managua, jamás iban a experimentar, y claro, si nos ponemos a verlo desde una forma más minuciosa, podría de manera atrevida decirte que hay un hueco académico en niños que viven en la ruralidad si los comparo con niños de la capital, pero, seamos francos, no necesito exponer aquí estadísticas ni sus fuentes para afirmar con vehemencia que la educación nicaragüense en general es una mierda, pero, sabés, no nos enfoquemos en ello, allá cada quien lo puede analizar e interpretar, de la forma que quiera y desee.

Y sabés, al fin me pude escapar, al menos por tres días de todo el ajetreo de la vida en Managua, se suponía que Benavides iba a ir conmigo, pero se perdió.