Envuelto
en la noche, la oscuridad le murmuraba en el oído izquierdo, zumbaba a como una
avispa baila en una flor en plena etapa primaveral, el frío le abrazaba los
huesos, le soplaba la piel y le refrescaba la mente, en compañía del perro, la
luna y un cigarro. Carlos sabía de la carta que le guardó a Kate,
le prometió dársela a Jorge, apenas tuviese nueve años. Yo sabía
que las cosas iban de mal a peor, no obstante, decidí que lo mejor era dejar a
Jorge en un orfanato, no sé si la decisión sea la correcta, pero, no puedo
cargar con ello.
El
tiempo en su paso constante, demostraba su poder, Kate tenía catorce, había
esperado con ansias sus quince, pero, la muerte se adelantó, y en un ágil
movimiento, sin piedad le arrebató la poca vida y su cumpleaños.
Recuerdo a Kate... tímida, reservada,
sencilla, astuta y muy hábil en las artes gráficas. Sonreía sin miedo, y
observaba con fijeza, sus ojos tocaban la puerta del alma, e iluminaban a como
el faro guiaba a los navíos en una densa noche cruel. Su deseo era esperar
cargar a Jorge en cuanto no más estuviese disponible, sentirlo en sus brazos
mientras imaginaba la tardanza de la abertura de sus ojos incoloros. Escribo
esto porque es probable que la muerte me esté acechando, cuando leas esta
carta, quizá mi alma vague y en tus oídos mis penurias escuches.
La vida le sonreía con certeza y apuro a
Jorge, mientras las horas corrían, los minutos marchaban, pues
en cada segundo la memoria se plantaba de manera que los rostros brillaban
sin ser iluminados; bendición aquella que nace del secreto que no se cuenta. En
una tarde silenciosa, la melancolía inundaba las almas, el farol de la entrada
del pueblo temblaba tenue ante el viento que volaba con ritmo, haciendo bailar
a las hojas en su danza fría, provocando el titiritar de los pájaros viejos y calvos.
Lucía
escuchaba en la puerta un llanto desmesurado, fue tanto el susto que ignorar le
parecía estúpido.
-
Un niño... Expresó mientras decidía si estar sorprendida o no.
La
canasta de un color café oscuro le incitaba a respirar con sollozos
el aire triste que el llanto sin querer marcaba. Una
carta saltó a sus ojos mientras acomodaba a Jorge en sus brazos. Los
días solían ser diversos, y en cada paso la alegría se imponía
fuerte, Jorge disfrutaba de la vida, y en los ojos de Lucía, la felicidad era
verlo crecer. No hubo problema alguno con Jorge hasta que cumplió siete años.
-
Mamá, vos sos tan bonita como la luna.
-
Y vos sos tan loco como el señor que vende el pan por las tarde, vaya a
dormirse ya mi loquito.
- Finiquitó mientras saboreaba de la
maternidad.
-
Te quiero demasiado mamá.
-
Te quiero mucho Jorge.
Jorge,
vení, estoy en la salida. ¿Dónde? Cerca de la puerta. Estoy afuera,
¿Dónde estás? No te veo. Aquí. Uuh, ¿Quíen eres tú? Hola, pues creo
que me conoces. No creo, no te he visto nunca por el pueblo. Eso tiene una
explicación, vos no salís mucho de la casa. Es cierto, todavía estoy pequeño
para andar solo por ahí, y dime, ¿Cómo te llamas? - ¿Qué? No sabes mi nombre -
Decía en susurros mientras sus ojos bajaban de vaga forma hacía los zapatos de
Jorge. No, no lo sé. Yo me llamo Jorge, mucho gusto. Eso lo sé tontito, y dime,
¿Te gustaria jugar conmigo? Claro, está bien, siempre juego
con mis otros hermanos, pero no entiendo porque no están. Inmenso en
el vasto sueño, la cobija caía en el misterio de la oscuridad y el
silencio, los ojos cerrados y una sonrisa risueña llenaban de paz la
habitación.
En
el fondo, la pena de un alma en llantos se recostaba a los pies
de Jorge y le hacía cosquillas mientras dormía. Ay Jorge, hemos
jugado mucho, ¿Te parece si seguimos después también?
Mamá,
ayer mientras dormía, conocí a una amiga en un sueño, no me dijo su nombre pero
me dijo que íbamos a seguir jugando. Lucía preocupada por el
estado mental de Jorge pensó que a su edad es común tener amigos
imaginarios, no obstante, había más que imaginación...
-
Seremos novios, si querés estar conmigo, tenemos que estar verdaderamente
juntos.
-
Creo que somos muy niños aún para ser novios, pero, me gusta jugar
con vos, así que haré lo que sea para que estemos juntos.
Jorge
iba ser adoptado, por fin Lucía había encontrado quien lo quisiese, se negó,
con la excusa de que no podía dejar sola a su amiga. Las
noches cubrían la inocencia y en cada hora transcurrida, las sombras se hacían más
fuerte. Jorge no tenía idea de los hechos, carecía de sentido común, Lucía no
lo supo comprender, ¿Pero por qué? ¿No ves acaso Lucía? Los sueños se hacían más
vivos, y Jorge disfrutaba eso, empezó a desear la noche con tanta intensidad,
que se olvidó que a los niños como él, las tinieblas les causan miedo. Nadaba
hondo hacia donde la luz huía, cantaba en la sombra de la mentira y se quedó
atrapado en la locura de su pequeña mente, ¿Dónde fue a parar toda esa luz de
sus ojos?
-
Jorge, ahora sí, es el momento, me siento sola.
-
¿Qué quieres que haga por ti amiguita?
-
Jugaremos.
-
¿Qué jugaremos?- Kate manda aquí.
-
¿Qué tengo qué hacer?- Simple, hacerme caso. Empieza por pedirle la carta a tu
mamá.
-
¿Cuál carta? - Preguntó con intriga y curiosidad.
Felicidades, hoy el día empezó bien, la mañana era fría pero no importaba, la felicidad calentaba las metas sin bases del pequeño Jorge. Ya son nueve años, ¿Y la carta?
- Mamá, mi amiga pidió que me dieras una carta, me la das por favor. Lucía se exaltó y pensó que quizá estaba jugando, y se limitó a ignorar; amigo, no le hagas caso a Kate.
El reloj marcaba las nueve, el silencio se hacía fuerte y la noche fría. El miedo no existía en Jorge, era un niño que estaba loco. Kate, hey, dime, cierro la puerta o espero por vos.
-
Nos veremos en el bosque.
-
Esta bien. ¿Cuándo?- En cuanto despiertes.
- Si
así quier...
¿Qué?
¿Por qué estoy despierto? Apenas son las 2.30 am. Debería ir al bosque. Al paso
de la ceguera, las penas acorralaban en compañía del misterio los pequeños
pasos de Jorge, ahora sí. Estamos juntos, necesito que me abraces, abrázame por
favor. Puñal en mano, rojo abundante, ¿Qué es esto? Jorge, poseído por Kate,
mató a Lucía, que desastre, que lástima. No llores Jorge, no llores, no nos dio
la carta, merecía ser castigada, yo puedo ver el futuro también, te iba a
dejar, no llores mi pequeño novio, abrázame, ven. Abre los ojos, toma el puñal y clávalo en tu
corazón. Ahora abrázame de nuevo. Abre los ojos pequeño, dime, ¿Qué ves?